El Futuro de la Humanidad por Jiddu Krishnamurti

La Orden de la Estrella de Oriente fue fundada en 1911 para proclamar el advenimiento del Instructor del Mundo. Krishnamurti fue designado Jefe de la Orden. El 2 de agosto de 1929, día de apertura del Campamento Anual de la Estrella, celebrado en Ommen, Holanda, Krishnamurti disolvió la Orden ante tres mil miembros. Esta es la traducción completa de las palabras que pronunció en aquella ocasión basada en el texto que se publicó en el Boletín de la Estrella del mes de septiembre de 1929.

  

Vamos a discutir esta mañana la disolución de la Orden de la Estrella. Muchos se alegrarán y otros se sentirán más bien tristes. Esta no es una cuestión de regocijo ni de tristeza, porque es algo inevitable, como voy a explicarlo.

  

Quizás recuerden ustedes la historia de cómo el diablo y un amigo suyo estaban paseando por la calle cuando vieron delante de ellos a un hombre que levantaba algo del suelo y, después de mirarlo, se lo guardaba en el bolsillo. El amigo preguntó al diablo:

  

“¿Qué recogió ese hombre?” “Recogió un trozo de la Verdad”, contestó el diablo. “Ese es muy mal negocio para ti, entonces”, dijo su amigo. “Oh, no, en absoluto”, replicó el diablo, “voy a dejar que la organice”.

  

Yo sostengo que la Verdad es una tierra sin caminos, y no es posible acercarse a ella por ningún sendero, por ninguna religión, por ninguna secta. Ese es mi punto de vista y me adhiero a él absoluta e incondicionalmente. La Verdad, al ser ilimitada, incondicionada, inabordable por ningún camino, no puede ser organizada; ni puede formarse organización alguna para conducir o forzar a la gente a lo largo de algún sendero en particular. Si desde el principio entienden eso, entonces verán cuan imposible es organizar una creencia. Una creencia es un asunto puramente individual, y no pueden ni deben organizarla. Si lo hacen, se torna en algo muerto, cristalizado; se convierte en un credo, una secta, una religión que ha de imponerse a los demás. Esto es lo que todo el mundo trata de hacer. La Verdad se empequeñece y se transforma en un juguete para los débiles, para los que están sólo momentáneamente descontentos. La Verdad no puede rebajarse, es más bien el individuo quien debe hacer el esfuerzo de elevarse hacia ella.

  

Ustedes no pueden traer la cumbre de la montaña al valle. Si quieren llegar a la cima de la montaña, tienen que atravesar el valle y trepar por las cuestas sin temor a los peligrosos precipicios. Tienen que ascender hacia la Verdad, esta no puede “descender” ni organizarse para ustedes. El interés en las ideas es sostenido principalmente por las organizaciones, pero las organizaciones sólo despiertan el interés desde afuera. El interés que no nace del amor a la Verdad por sí misma, sino que es despertado por una organización, no tiene valor alguno. La organización se convierte en una estructura dentro de la cual sus miembros pueden encajar convenientemente. Ellos no se esfuerzan más por alcanzar la Verdad o la cumbre de la montaña, sino que más bien tallan para sí mismos un nicho conveniente donde se colocan, o dejan que la organización los coloque, y consideran que, debido a eso, la organización ha de conducirlos hacia la Verdad.

  

De modo que esta es la primera razón, desde mi punto de vista, por la que la Orden de la Estrella debe ser disuelta. A pesar de esto ustedes formarán probablemente otras Ordenes, continuarán perteneciendo a otras organizaciones que buscan la Verdad. Yo no quiero pertenecer a ninguna organización de tipo espiritual; por favor, comprendan esto.

  

Yo haría uso de una organización que me llevara de aquí a Londres, por ejemplo; ésta es una clase por completo diferente de organización, meramente mecánica, como el correo o el telégrafo. Yo usaría un automóvil o un buque de vapor para viajar, estos son sólo mecanismos físicos que nada tienen que ver con la espiritualidad. Por otra parte, sostengo que ninguna organización puede conducir al hombre a la espiritualidad.

  

Si se crea una organización para este propósito, ella se convierte en una muleta, en una debilidad, en una servidumbre que por fuerza mutila al individuo y le impide crecer, establecer su unicidad que descansa en el descubrimiento que haga, por sí mismo, de esta Verdad absoluta e incondicional. Por lo tanto, esa es otra de las razones por las que he decidido, ya que soy el Jefe de la Orden, disolverla. Nadie me ha persuadido para que tome esta decisión.

  

Esta no es ninguna magnífica proeza, porque yo no deseo seguidores, y esto es lo que quiero significar. En el momento en que siguen a alguien, dejan de seguir a la Verdad. No me preocupa si prestan o no prestan atención a lo que digo, deseo hacer cierta cosa en el mundo y voy a hacerla con resuelta concentración. Sólo estoy interesado en una cosa esencial: Hacer que el hombre sea libre. Deseo liberarlo de todas las jaulas, de todos los temores, y no fundar religiones, nuevas sectas, ni establecer nuevas teorías y nuevas filosofías. Entonces, como es natural, me preguntarán por qué recorro el mundo hablando continuamente. Les diré por qué lo hago. No es porque desee que me sigan ni porque desee un grupo especial de discípulos selectos. (¡Cómo gustan los hombres de ser diferentes de sus semejantes, por ridículas, absurdas o triviales que puedan ser sus distinciones! No quiero alentar ese absurdo). No tengo discípulos ni apóstoles, ya sea en la tierra o en el reino de la espiritualidad.

  

Tampoco es la tentación del dinero, ni es el deseo de vivir una vida cómoda lo que me atrae. ¡Si yo quisiera llevar una vida cómoda no vendría a un Campamento ni viviría en un país húmedo! Estoy hablando francamente porque quiero que esto quede establecido de una vez por todas. No deseo que estas discusiones infantiles se repitan año tras año.

  

Un periodista que me ha entrevistado, consideraba un acto grandioso disolver una organización en la que había miles y miles de miembros. Para él esto era una gran acción, porque dijo: “¿Qué hará usted después, cómo vivirá? No tendrá seguidores, la gente no le escuchará.” Con que sólo haya cinco personas que escuchen, que vivan, que tengan sus rostros vueltos hacia la eternidad, será suficiente ¿De qué sirve tener miles que no comprenden, que estén por completo embalsamados en sus prejuicios, que no desean lo nuevo, sino que más bien desean traducir lo nuevo para que se acomode a sus propias personalidades estériles, estancadas? Si hablo enérgicamente no me entiendan mal, por favor, no es por falta de compasión. Si acuden a un cirujano para una operación, ¿no es bondad de su parte operar aunque les cause dolor? Así, de igual modo, si yo hablo francamente no es por falta de verdadero afecto; al contrario.

  

Como he dicho, tengo solamente un propósito: hacer que el hombre sea libre, impulsarlo hacia la libertad, ayudarle a que rompa con todas sus limitaciones, porque sólo eso habrá de darle la felicidad eterna, la realización no condicionada del ser.

  

Porque soy libre, no condicionado, total-no una parte, no lo relativo, sino la Verdad total que es eterna, deseo que aquellos que buscan comprenderme sean libres; que no me sigan, que no hagan de mi una jaula que se tornará en una religión, una secta. Más bien deberían liberarse de todos los miedos: del miedo de la religión, del miedo de la salvación, del miedo de la espiritualidad, del miedo del amor, del miedo de la muerte, del miedo de la vida misma. Así como un artista pinta un cuadro porque se deleita en esa pintura, porque ella es la expresión de su ser, su bienestar, su gloria, así hago yo esto, y no porque quiera nada de nadie.

  

Ustedes están acostumbrados a la autoridad, o a la atmósfera de autoridad, la cual creen que va a conducirlos a la espiritualidad. Creen y esperan que otro, por sus extraordinarios poderes -un milagro- podrá transportarlos a ese reino de libertad eterna que es la Felicidad. Toda la perspectiva que tienen de la vida está basada en esa autoridad.

  

Me han escuchado durante tres años sin que ningún cambio se operara en ustedes, salvo en algunos pocos. Ahora, analicen lo que estoy diciendo, sean críticos para que puedan alcanzar una comprensión profunda, fundamental. Cuando buscan una autoridad que los conduzca a lo espiritual, se obligan automáticamente a crear una organización alrededor de esa autoridad. Por la creación misma de esa organización que suponen ha de ayudar a esta autoridad para que les guíe hacia la vida espiritual, quedan presos en una jaula.

  

Si yo les hablo francamente, recuerden, por favor, que no lo hago así por dureza ni por crueldad ni a causa del entusiasmo por mi propósito, sino porque deseo que comprendan lo que estoy diciendo. Esa es la razón por la que están aquí, y sería una pérdida de tiempo si yo no explicara claramente, decisivamente, mi punto de vista.

  

Durante dieciocho años se han estado preparando para este acontecimiento, para la Venida del Instructor del Mundo. Durante dieciocho años se han organizado, han esperado a alguien que viniera a dar un nuevo deleite a sus corazones y mentes, que transformara por completo sus vidas otorgándoles una nueva comprensión; a alguien que los elevara a un nuevo plano de existencia, que les diera un nuevo estímulo, que los hiciera libres, ¡y vean ahora lo que está sucediendo! Piensen, razonen consigo mismos y descubran de qué manera esa creencia los ha hecho diferentes, no con la superficial diferencia de llevar una insignia, lo cual es trivial, absurdo. ¿En qué forma una creencia así ha barrido con todas las cosas no esenciales de la vida? Esta es la única manera de juzgar: ¿En qué forma son más libres, más grandes, más peligrosos para toda Sociedad que esté basada en lo falso y en lo no esencial? ¿En qué forma los miembros de esta Organización de la Estrella han llegado a ser diferentes? Como dije, ustedes se han estado preparando para mí durante dieciocho años. No me preocupa si creen o no creen que soy el Instructor del Mundo. Eso es de muy poca importancia. Puesto que pertenecen a la Organización de la Orden de la Estrella, han entregado su simpatía, su energía, aceptando que Krishnamurti es el Instructor del Mundo, parcial o totalmente; totalmente para aquellos que en verdad están buscando, sólo parcialmente con quienes están satisfechos con sus propias verdades a medias-.

  

Se han estado preparando durante dieciocho años, y miren cuántas dificultades tienen ustedes en su camino hacia la comprensión, cuántas complicaciones, cuántas cosas triviales. Sus prejuicios, sus miedos, sus autoridades, sus iglesias nuevas y viejas… Todas esas cosas, sostengo, son una barrera para la comprensión. No puedo ser más claro que esto. No quiero que estén de acuerdo conmigo, no quiero que me sigan, quiero que comprendan lo que estoy diciendo.

  

Esta comprensión es necesaria porque la creencia de ustedes no los ha transformado, sino que solo los ha complicado, y porque no están dispuestos a afrontar las cosas como son. Lo que desean es tener sus propios dioses, dioses nuevos en lugar de los viejos, religiones nuevas en lugar de las viejas, nuevas formas en vez de las viejas, todas cosas inútiles, barreras, imitaciones, muletas. En lugar de las viejas distinciones espirituales, tienen ustedes nuevas distinciones espirituales, en lugar de los viejos cultos, tienen cultos nuevos. Todos dependen de algún otro para su espiritualidad, para su felicidad, para su iluminación; y aunque se han estado preparando para mí durante dieciocho años, cuando yo digo que todas estas cosas son innecesarias, cuando digo que deben descartarlas todas y mirar dentro de sí mismo para la iluminación, para la gloria, para la purificación e incorruptibilidad del ser, ninguno de ustedes quiere hacerlo. Puede que haya unos pocos, pero son muy, muy pocos.

  

¿Para qué, pues, tener una organización?

  

¿Por qué personas falsas, hipócritas, me han seguido a mí, la encarnación de la Verdad? Recuerden, por favor, que no estoy diciendo cosas duras o crueles, sino que hemos llegado a una situación en que deben ustedes enfrentarse a las cosas tal como son. El año pasado dije que no transigiría. Muy pocos me escucharon entonces. Este año he puesto eso absolutamente en claro. No se cuántos miles en el mundo, -miembros de la Orden- han estado preparándose para mí durante dieciocho años; sin embargo, ahora no están dispuestos a escuchar incondicionalmente, totalmente, lo que digo.

  

¿Para qué, pues, tener una organización? Como dije antes, mi propósito es hacer que los hombres sean incondicionalmente libres, porque sostengo que la única espiritualidad es la incorruptibilidad del propio ser, que es eterno, que es la armonía entre la razón y el amor. Esta es la absoluta incondicionada Verdad que es la Vida misma. Deseo, por lo tanto, que el hombre sea libre, que se regocije como el pájaro en el cielo claro; libre de toda carga, independiente, extático en esa libertad. Y yo, para quien ustedes se han estado preparando durante dieciocho años, digo ahora, que deben liberarse de todas estas cosas, liberarse de sus complicaciones, de sus enredos. Para esto no necesitan tener una organización basada en la creencia espiritual. ¿Por qué tener una organización para cinco o diez personas en el mundo, que comprenden, que luchan, que han desechado todas las cosas triviales? Y para los débiles no puede haber organización alguna que les ayude a encontrar la Verdad, porque la Verdad está en cada uno de nosotros; no está lejos ni cerca; está eternamente ahí.

  

Las organizaciones no pueden hacerlos libres. Ningún hombre puede, desde afuera, hacerlos libres; ni un culto organizado ni la propia inmolación a una causa puede hacerlos libres. Ustedes utilizan una máquina de escribir para su correspondencia, pero no la ponen en un altar para adorarla. Sin embargo, eso es lo que están haciendo cuando las organizaciones se convierten en la principal preocupación de ustedes. “¿Cuántos miembros hay en ella?” Esta es la primera pregunta que me hacen todos los reporteros. “¿Cuántos seguidores tiene? Por su número juzgaremos si lo que usted dice es verdadero o falso”. Yo no sé cuántos son. No estoy interesado en eso. Aunque hubiera un solo hombre que halla podido liberarse, sería suficiente.

  

Además, tienen ustedes la idea de que sólo ciertas personas poseen la llave para entrar en el Reino de la Felicidad. Nadie la posee. Nadie tiene la autoridad para poseerla. Esa llave es el propio ser de cada uno, y sólo en el desarrollo y la purificación y la incorruptibilidad de ese ser, está el Reino de la Eternidad.

  

Verán, pues, cuán absurda es toda la estructura que han creado buscando la ayuda externa, dependiendo de otros para el propio bienestar, para la propia felicidad, para la propia fortaleza. Estas cosas solamente pueden encontrarlas dentro de sí mismos.

  

¿Para qué, pues, tener una organización?

  

Se han acostumbrado que se les diga cuánto han avanzado, cuál es el grado espiritual que poseen. ¡Qué niñería! ¿Quién sino ustedes mismos puede decir si son hermosos o feos por dentro? ¿Quién sino ustedes mismos puede decir si son incorruptibles? Ustedes no son serios en estas cosas.

  

¿Para qué, pues, tener una organización?

  

Pero aquellos que realmente deseen comprender, que traten de descubrir lo que es eterno, sin principio y sin fin, marcharán juntos con mayor intensidad y serán un peligro para todo lo que no es esencial, para las irrealidades, para las sombras. Y ellos se reunirán y se volverán la llama, porque habrán comprendido. Un cuerpo así es el que debemos crear y tal es mi propósito. Gracias a esa verdadera comprensión habrá una verdadera amistad. A causa de esa verdadera amistad-que al parecer ustedes no conocen-habrá verdadera cooperación de parte de cada uno. Y esto no por motivo de la autoridad, ni por la salvación, ni por la inmolación a una causa, sino porque realmente han comprendido y, en consecuencia, son capaces de vivir en lo eterno.

  

Esto es algo más grande que todo placer y que todo sacrificio.

  

Estas son, pues, algunas de las razones por las que, después de haberlo considerado cuidadosamente durante dos años, he tomado esta decisión. No proviene de un impulso momentáneo. No he sido persuadido a ello por nadie-no me dejo persuadir en tales cosas-. Durante dos años he estado pensando en esto, despacio, cuidadosamente, pacientemente, y he decidido ahora disolver la Orden, puesto que soy su Jefe. Pueden formar otras organizaciones y esperar por algún otro. Esto no me concierne, como tampoco me concierne crear nuevas jaulas y nuevas decoraciones para esas jaulas. Mi único interés es hacer que los hombres sean absolutamente, incondicionalmente libres.

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