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Lo que la Sabiduría Antigua espera de sus Discípulos Parte I

 

        p o r   M A N L Y   P.   H A L L

 

En remotos pasados, los dioses se acercaban a los hombres, y mientras los Maestros de las esferas invisibles de la naturaleza trabajaban con la humanidad todavía infantil en este Planeta, los dioses escogían entre los hijos del hombre a quienes fuesen los más sabios y veraces. Y con éstos trabajaron, preparándolos para que pudieran continuar la labor de los dioses, cuando las jerarquías espirituales se hubiesen retirado a los mundos invisibles. Con estos hijos del hombre, especialmente instruidos e iluminados, dejaron los dioses la llave de su gran sabiduría, que era el conocimiento del bien y del mal. Dispusieron que esos hombres así instruidos fuesen sacerdotes y mediadores entre ellos (los dioses) y la humanidad que basta entonces no había abierto los ojos que le permitiesen atisbar el rostro de la Verdad y poder vivir.

 

Amparados por la divina prerrogativa, estos iluminados fundaron lo que conocemos actualmente como los “Misterios Antiguos”. Estas fueron escuelas de verdades religiosas, en que la religión se usaba en el sentido que implica sabiduría divina. Podían entrar en estas "universidades" espirituales los hombres más valiosos y capaces. Al principio, estas escuelas fueron reconocidas públicamente. Se construyeron grandes templos para alojar a los sacerdotes y para efectuar los procesos y rituales de iniciación. Se registraron los arcanos místicos en esculturas, tábulas de arcilla y en rollos de papiro. Generación tras generación se iluminó con la sabiduría encerrada en estos documentos conservados en los repositorios sagrados.

 

Paulatinamente, fue produciéndose una separación en las Escuelas de Misterios. El fervor y propósito de los sacerdotes de propagar sus doctrinas, en muchos casos excedió aparentemente su inteligencia. De resultas de esto, se permitió a muchos aspirantes entrar en los templos antes de que realmente estuviesen preparados para la sabiduría que debían recibir. El resultado fue que estos espíritus poco preparados, fueron ganando gradualmente más autoridad, pero se manifestaron al fin incapaces de mantener la institución, siendo ineptos para establecer relación con los poderes espirituales que se hallan detrás de toda empresa de orden material. Y de este modo, las Escuelas de Misterios fueron desapareciendo. La Jerarquía Espiritual, servida a través de todas las generaciones por un número limitado de seguidores veraces y fieles, se desvaneció de la faz de la Tierra. Mientras las colosales organizaciones de orden material, habiendo perdido el contacto con sus fuentes divinas, comenzaron a perder el rumbo y se fueron enredando cada vez más en ritos y símbolos los cuales ya no podían interpretar.

 

Un ejemplo concreto e interesante de la deterioración de las Escuelas de Misterios y sus ritos se halla en el juego de niños llamado La Comedia de Punch and Judy. Durante siglos la gente superficial de todas las naciones de Occidente rió con las curiosas travesuras de estas pequeñas figuras. El mundo hace tiempo que ha olvidado que este juego se originó entre los primeros místicos cristianos; Punch era Poncio Pilatos y judy era Judas Iscariote. El pequeño garrote que lleva Punch es una réplica degenerada de los antiguos cetros de los dignatarios romanos de la Tierra Santa. También es probable que la famosa escena entre Punch y el niño haya sido tomada de la antigua historia cristiana del degüello de los inocentes.

 

Es realmente digno de notarse cómo a través de las edades, sea por transmisión oral, sea por alegorías o símbolos, sea por ejemplos naturales, las verdades reveladas a los antiguos se perpetuaron hasta nuestros días, a pesar de que siempre fueron ocultadas a los ojos de los profanos. Se ha dicho que la sabiduría no está en ver las cosas, sino en ver a través de las cosas. Al menos para el ocultista, esto es doblemente verdadero.

 

Durante la era de Atlántida, que describe Platón, la tarea de recopilar y ordenar la Antigua Sabiduría se llevó a cabo aceleradamente, pues los pobladores de la Atlántida fueron los exponentes más grandes de pensamiento concreto que jamás conoció el mundo. Los habitantes de la Atlántida jamás entendieron a fondo la sabiduría que les era propia, pues aún en aquellos tempranos tiempos los dioses ya se habían retirado de la masa de la humanidad y sólo hablaban a los hombres a través de sacerdotes y oráculos. El método de comunicación de que se valieron los poderes espirituales se halla fielmente expuesto por Josephus en su descripción del Arca de la Alianza y de los sacerdotes que la servían. Esta arca era un oráculo, y los dioses hablaban al sumo sacerdote por medio del lenguaje de los símbolos. De los habitantes de la Atlántida, con sus Antiguos Misterios del Tabernáculo, hemos rescatado casi todo lo que sabemos en lo referente a la Sabiduría Antigua y sus Misterios. De acuerdo con el Libro Sagrado, ellos eran los custodios de los registros espirituales que les habían sido dados por sus progenitores, los Reyes Serpientes, que reinaron sobre la Tierra.

 

Fueron estos Reyes Serpientes, quienes fundaron las Escuelas de Misterios, los cuales más tarde aparecieron como los Misterios Egipcios y Brahmánicos y bajo otras formas de ocultismo antiguo. Su símbolo era la serpiente, porque enseñaban a los hombres a usar la energía creadora que corre por la naturaleza y por sus propios cuerpos, en forma de línea “serpenteante” o de fuerza “sinuosa”. Eran los verdaderos Hijos de la Luz, y de ellos descendió una larga línea de adeptos e iniciados debidamente instruidos en la ley. Éstos mantuvieron encendida la luz de las verdades divinas a través de muchas generaciones de ignorantes y descreídos. El mundo Atlántida se vino abajo en cuanto se apartó de la ley. Olvidó que la naturaleza es la regidora de todas las cosas y, por querer vivir antinaturalmente, fue destruido. Antes de su desintegración, como quiera que sea, la Sabiduría Antigua pasó al nuevo mundo de los arios, donde, desde el corazón del encumbrado Himalaya, sus adeptos, e iniciados comenzaron el proceso de la formación de un nuevo pueblo destinado a ser el tabernáculo viviente de los dioses.

 

No siempre el hombre fue un ser material. Hace muchas eternidades era una criatura espiritual, de poderes radiantes y gloriosos. Gradualmente fue tomando la vestidura de lo que nosotros llamamos “cuerpo”, y su radiosidad fue empañada, por las envolturas de arcilla. Poco a poco fue perdiendo el contacto con sus Padres, los Hijos de la Luz, y comenzó a moverse en las tinieblas. En la época en que el tercer ojo se cerró en el hombre, durante el antiguo mundo de los Lemures, el género humano perdió el contacto con sus maestros invisibles. El recuerdo de los maestros se fue esfumando de a poco, hasta que sólo quedaron mitos y leyendas. La mitología es el registro auténtico de aquellos períodos de transición en que las chispas divinas fueron asumiendo gradualmente las formas del cuerpo mortal.

 

Pero el hombre jamás ha sido dejado peregrinando a solas en su ignorancia. Cuando se rompieron los lazos que lo unían a los mundos invisibles, ciertos métodos para captar la voluntad de los dioses, fueron establecidos. Fue entonces, y a estos efectos, que cierta cantidad, de hombres y mujeres fue instruida en la transposición del abismo que ya separaba a los hombres de los dioses. El método para establecer esta comunicación era el máximo de los secretos del ocultismo antiguo. Este secreto fue conservado para la raza humana, pues llegará el tiempo en que todos los seres humanos volverán a ser capaces de comunicarse otra vez directamente con los dioses. Durante un gran intervalo de edades, esta sabiduría fue perpetuada en las Escuelas de Misterios, y un pequeño grupo de discípulos elegidos en cada generación tuvo el privilegio sagrado de conocer a los dioses. Esta sabiduría y el poder y conocimiento que tales discípulos han alcanzado, éstos la imparten, a su vez, a otro grupo de discípulos elegidos y amados. Y así la gran obra sigue adelante.

 

La capacidad de las Escuelas de Misterios, de comunicarse con los mundos invisibles, es la base de su poder; pues todas las jerarquías creadoras residen en los mundos invisibles, y es a estos mundos adonde deben recurrir los discípulos para consultarlas. La explicación está en que el género humano es el único, dentro de nuestra organización, que se halla equipado con un cuerpo físico y un, cuerpo mental. Los dioses propiamente dichos, jamás han descendido a la sustancia física. De modo que al no tener cuerpo compuesto de elementos químicos densos, no pueden manifestarse aquí. Para comunicarse con ellos, los seres humanos tienen, pues, que aprender a funcionar conscientemente en sus propios cuerpos invisibles. Cuando el ser humano alcanza a hacer esto, puede comunicarse con los seres espirituales que residen en sus sustancias similares de carácter ultrafísico. Es así que, mientras la religión trata únicamente de fantasías, teorías y creencias, los iniciados de la Antigua Sabiduría se dirigen derechamente a la fuente principal de sabiduría y, conociendo la voluntad de los dioses, hacen de esa voluntad la ley de sus vidas. El iniciado ni adivina, duda, ni habla a solas. Trabaja con hechos, pues se siente uno con las verdades de la naturaleza.

 

Este sendero secreto de la iluminación espiritual es el camino que estableció el Logos planetario, al estatuir que Sus hijos aprenderán a conocer a través de Él y a cumplir Sus fines. El Logos está rodeado de una jerarquía de seres sobrehumanos y también de un grupo de grandes iniciados que pueden ser llamados el fruto del período del mundo humano. Estos grandes iniciados, con sus mentes divinamente inspiradas forman los poderosos pilares de la Casa de su Dios. Son los soportes del Templo del Progreso Humano. Estos grandes espíritus fueron llamados por los antiguos místicos judíos los "cedros del Líbano". Son estos los árboles que se dice que cortó Salomón de los bosques de la tierra para usarlos como soportes de su templo divino.

 

Las verdades secretas de estos iniciados fueron recopiladas del norte, del este, del sur y del oeste. Los adeptos y místicos de todas las naciones dieron a sus discípulos los frutos de sus investigaciones mientras funcionaban en los mundos invisibles. Las Escuelas de Misterios, cumpliendo la antigua ley, han sido hechas a imagen de la Naturaleza, y hoy día las conocemos bajo el nombre de las Siete grandes Escuelas de Misterios. Todas estas son ramas de un mismo árbol, el árbol que crece en el centro del Huerto del Señor, y es regado por las aguas de los cuatro ríos (la sabiduría de los cuatro mundos). Del mismo modo en que todo rayo de luz se descompone en siete colores cuando atraviesa el prisma, esta antigua verdad, al atravesar el cuerpo prismático del mundo material, se descompone en un cuerpo séptuple. Este cuerpo es la así llamada serpiente de siete cabezas, pero, aunque habla a través de siete bocas, no tiene más que un cerebro, una vida, un origen.

 

Los sacerdotes de los Misterios se simbolizaban como serpientes, llamadas a veces hidras. De aquí se deriva la palabra (inglesa) hydrant (= boca de riego). La boca de riego lleva el agua, y, a través del cuerpo de hidra del iniciado, pasa el agua de la vida. De ahí que el iniciado sea como un tubo o canal a través del cual pasa el agua como a través de la boca de riego (hydrant).

 

Estas siete escuelas, compuesta cada una de doce iniciados y sus discípulos, dispuestos alrededor de un decimotercer hermano "excelso", son los perpetuadores, ordenados por Dios, de la Antigua Sabiduría, en la forma en que vino en la alborada del mundo, cuando los dioses descendieron de la nebula del sol y fijaron su residencia en la isla sagrada del polo norte.

 

No estando destinado este escrito a fines de propaganda, no nombraremos a ninguna de estas escuelas, pero sí diremos que representan a los planetas y los siete grandes senderos. También representan los siete órganos vitales del cuerpo humano y las siete redomas que vuelcan su contenido sobre el mundo. Todos los discípulos que buscan adquirir conocimiento de las leyes; de la naturaleza, tienen que obtener tal sabiduría a través de uno de estos siete canales, dispuestos por el Infinito para el desenvolvimiento de Sus tareas. Cada una de estas Escuelas de Misterios es invisible y desconocida. Sólo se las podrá encontrar al cabo de largas búsquedas y repetidas desilusiones. En reconocimiento a la dignidad de estas escuelas y a la santidad de la sabiduría que ellas representan, este escrito ha sido preparado con el fin de reproducir de manera simple alguna de las verdades maravillosas que tales escuelas sustentan.

 

Cada cien años, se oye la voz de la Gran Escuela y viene al mundo alguien para dar testimonio de lo invisible. Ese “alguien” habla con la voz de la sabiduría y es amparado por las siete luces. Gradualmente, la Escuela de Misterios (las siete ramas consideradas como unidad) dispensa el pan bendito de la razón humana. Hoy más que nunca los seres humanos vuelven a buscar a sus dioses; o más bien diríamos que se apartan disgustados de nuestra era de materialismo que, lenta, pero ciertamente, está destruyendo todo lo que en la vida es belleza y espiritualidad. Nuestro materialismo está destruyendo las almas de los hombres; está rompiendo el corazón del mundo; está ahogando la mejor parte de nuestras naturalezas, y algo dentro del hombre se rebela contra esa opresión antinatural. Muchos que jamás pensaron antes en esto comienzan a preguntarse cuál será el fin de todo esto, hasta dónde el género humano podrá sumergirse en el materialismo sin que se derrumbe la estructura ética que sostiene nuestra era moderna.

 

En los últimos cincuenta años, se multiplicaron de a miles los peregrinos espirituales que han emprendido la búsqueda de la verdad, peregrinando por los valles y las colinas del alma humana, buscando la respuesta al enigma del destino. Tratan de encontrar a aquellos Maestros de Sabiduría de que habla la leyenda pero que no registra la historia, en toda esta búsqueda hay una gran incertidumbre, pero hay uno o dos hechos que resultan perfectamente claros. El primero: la mayoría de la gente ignora qué es lo que busca. Si encontrase, la verdad, no la reconocería. Los Maestros que buscan esa gente alternan con ellos todos los días; pero, al igual que Sir Launfal, las gentes se van a lejanas tierras, en procura de las cosas que hallarían en los umbrales de sus propias puertas. El segundo: si encontrasen la sabiduría, no la aceptarían. Todos ellos se sentirían contentos de tener el poder de los Maestros, pero pocos de ellos trabajarían desinteresadamente con una dedicación y un esfuerzo a toda prueba, por muchas edades, para obtener ese poder y consagrarlo sin reservas al bien de la humanidad.

 

Antes de pasar a nuestro próximo tema, hagamos un resumen de algunos puntos que deben ser recordados en lo concerniente a la Gran Obra y a sus "obreros" en el mundo.

 

1. El instinto de la reverencia a lo desconocido es propio de toda vida humana. Parecería que ese instinto es propio también de varias especies de animales superiores, pues al vérselos echados a los pies de sus dueños dijérase que las almas de esos animales llenos de amor y ternura, hablan a través de los ojos levantados hacia el amo. El cariño del perro a su amo y el cariño del discípulo a su maestro van muy unidos. El perro sólo anhela que su amo le diga palabras cariñosas y daría su vida por éste. Esa es devoción verdadera. Desde el salvaje para arriba, la reverencia y la devoción a los dioses forma parte del código moral de la humanidad. Los seres humanos podrán negar esto, pero esto persiste ya bajo forma de fe, ya de temor, ya de superstición.          

  

2.  El Hacedor de ese gran plan que llamamos vida, el ser del cual hemos sido diferenciados, confirió al hombre ciertas potencias que, despiertas en poderes dinámicos, dará a cada cual la facultad a través de la cual podrá reconocer ese "plan". Aprendiéndolo por si mismo y aplicando su sabiduría, acaso alcance el hombre la posición de poder asistir a otros en la armonización de sus vidas con la misma ley.

 

3. A fin de difundir esta sabiduría en forma sabia, entre las naciones de la Tierra, las Escuelas de los antiguos Misterios fueron establecidas, no por voluntad de los hombres, sino por voluntad de los propios dioses, los cuales trabajan a través de "canales" seleccionados de entre las criaturas más altamente evolucionadas de la Tierra.

 

4. Habiendo establecido estas escuelas, las inteligencias superiores se constituyeron en los poderes centrales invisibles de ellas, y todavía siguen en comunicación con los Adeptos y Maestros que al presente rigen los destinos de estas órdenes secretas.

 

5. Todo desarrollo espiritual tiene que ocurrir a través de uno de los siete canales dispuestos por la naturaleza a tal fin; en cierta etapa de su desarrollo espiritual, cada discípulo penetrará en el sendero planetario más adecuado para desenvolver las cualidades latentes dentro de sí.

 

6. Estas siete escuelas, y sus ramificaciones en todas las partes del mundo, constituyen la Gran Logia Blanca. Esta es la institución divina establecida para conferir la Sabiduría Antigua a nuestro planeta. Está compuesta de todos los iniciados y adeptos del Sendero Blanco y forma el gobierno invisible de la Tierra.

 

7. La Sabiduría Antigua contiene el conocimiento verdadero y seguro del plan por el cual fueron creados y establecidos los dioses, el ser  humano y universo, por el cual estos se mantienen y por el cual se disolverán en un futuro en la eternidad. Es el conocimiento de todas las cosas en sus relaciones con Dios, la Naturaleza y ellas mismas, y es la única guía por la cual el ser humano puede ver la senda que debe seguir si quiere liberarse de la ignorancia y oscuridad del materialismo

 

8. Cualquier persona puede recorrer ese sendero, siempre que acepte y acate las obligaciones que la Sabiduría Antigua estatuye e impone a quien desee conocer los misterios de la  vida y de la muerte. Si el ser humano quiere vivir la vida que tal Sabiduría indica, no sólo ha de conocer la doctrina que ella predica, sino que también ha de conocer a los Grandes que fueron elegidos por sus propias virtudes para enseñar a sus hermanos menores la sabiduría Antigua.

 

M a n l y   P.   H a l l    

                                                                                                     

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