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SHAMBHALA Oasis de Luz

 por Andrew Tomas

  Intervenciones Históricas  - Capitulo XII

  Imagen:  www.gilbertwilliams.com

 

Ya hemos dicho anteriormente que entre las órdenes secretas de Tsong‑Khapa, el representante de Shambhala, en el Tibet, durante el siglo xiv, había una que mandaba a los Arhats transmitir un mensaje oportuno en el último cuarto de cada siglo. La aparición de los Avatares o Encarnaciones divinas, que se producían a largos intervalos y, según ellos, se hallaban en relación con la presesión de los equinoccios.

 

 

La mayor parte de las misiones de los Arhats fracasaron en razón, sobre todo, de la oposición violenta e irracional de las masas, aunque algunas tuvieron éxito. Sin tener en cuenta los resultados conseguidos ni los que se puedan alcanzar efectivamente, esta costumbre del llamamiento centenario de los Arhats ha permanecido invariablemente en vigor a través de la historia del mundo.

He aquí lo que escribió el venerable Mahatma Morya sobre la Jerarquía de la Luz:

 

El Gobierno Internacional no ha negado jamás su existencia. Se ha proclamado a sí mismo no por medio de manifiestos, sino por hechos que han sido retenidos y consignados en la Historia oficial. El Gobierno no ha disimulado la existencia de sus enviados a los distintos países, y por supuesto que, de acuerdo con la dignidad del Gobierno Internacional, jamás se han escondido. Por el contrario, se han mostrado abiertamente, han visitado a numerosas autoridades y conocido a muchas personas. La literatura conserva sus nombres y la aureola de fantasías imaginadas por sus contemporáneos (1‑A).

 

Es fácil verificar la exactitud de este comentario si se contemplan las vidas de Apolonio de Tiana y del conde de Saint‑Germain. Extraños incidentes se produjeron en siglos pasados, que podían ser interpretados como intervenciones amistosas en determinados momentos críticos. Un episodio de este tipo ocurrió con motivo del nacimiento de una gran nación: los Estados Unidos de América.

 

El proyecto de una bandera para las colonias americanas, en 1775, así como la firma de la Declaración de Independencia, en 1776, recibieron un apoyo de esta fuente misteriosa.

 

Después de casi mil años de feudalismo, había llegado el momento de instaurar la democracia. La creación de la futura fortaleza del Orden nuevo ‑los Estados Unidos‑ debería tener lugar en vistas a su significado para la historia del mundo. En consecuencia, no es de extrañar que se produjeran acontecimientos insólitos que implicasen la presencia de una fuerza exterior durante aquellos años cruciales.

 

En 1775, cuando los padres de la naciente República estudiaban el proyecto de una nueva bandera, apareció un hombre extraño, que se ganó inmediatamente el respeto y la amistad de Benjamin Franklin y de George Washington. Este personaje, que los autores de Memorias se limitan a llamar el Profesor, parecía tener más de setenta años, aunque se mantenía erguido y vigoroso como en su juventud. De alta estatura y aspecto extremadamente digno, hablaba con autoridad, matizada con una gran cortesía. Era curioso el régimen alimentario de este gentleman: no comía carne, ni aves, ni pescado; no bebía vino ni cerveza. Su consumo se reducía a lo que se ha dado en llamar alimentos de salud: cereales, nueces, frutas y miel.

 

A semejanza de Saint‑Germain, el Profesor hablaba, a menudo de tal manera de hechos históricos, que parecía haber sido testigo de los mismos.

Cuando estalló una discusión a propósito de la bandera norteamericana en el curso de una reunión preliminar, en una residencia privada, un relato de la época nos dice que:

 

Franklin respondió diciendo que, en lugar ,de actuar de acuerdo con el deseo del general Washington, rogaba tanto a éste como a los otros que escucharan a su nuevo amigo, altamente estimado, el Profesor, quien había accedido amablemente a repetir ante ellos aquella noche lo esencial de lo que había dicho por la tarde a propósito de la nueva bandera para las colonias (6).

 

Este extracto de las reminiscencias de un contemporáneo subraya la importancia del desconocido. Por otra parte, en tal ocasión, el Profesor terminó su parlamento con una conclusión significativa: «No pasará mucho tiempo sin que seamos una nación que haya declarado su independencia.»

Se puede admitir que el general Washington, masón, y Benjamin Franklin, también masón y, además rosacruciano, reconocieron a el Profesor como a un enviado del Consejo de los Sabios que luchaba por el progreso de la Humanidad desde la aurora de la civilización.

 

El 4 de julio de 1776 se produjo un gran acontecimiento. En la vieja casa del Estado de Filadelfia, un debate opuso a los fundadores de la nueva República en cuanto a la decisión última que se debía tomar en lo tocante a romper radicalmente los lazos que unían las colonias a Inglaterra, o bien mantenerlos en ciertas condiciones.

 

En aquel crítico momento, el majestuoso Profesor se levantó y pronunció un inflamado discurso. Para la mayoría de los miembros de la asamblea, el personaje era un extraño, pese a lo cual lo oyeron con profunda atención e incluso con temor. Cuando terminó su alocución gritando: « ¡Dios ha dado América para que sea libre! », el entusiasmo fue general. Firmas tras firmas se incorporaron a la Declaración de la Independencia. Aquel día memorable se hizo la Historia.

 

Calmada la exaltación del momento, los delegados desearon conocer la identidad de el Profesor y expresarle su gratitud. Se había marchado, y nadie volvió a verlo jamás. Aparentemente, el enviado había cumplido la misión que le había encargado la Alta Hermandad, y su voz ya no era necesaria.

 

¿Han sido enviados otros agentes de esta misma Autoridad Mundial al siglo en que vivimos? La respuesta debe de ser afirmativa. En este terreno, surge ahora a la luz la obra de Nicolas Roerich, y se resumirán sus misiones cerca de los dos gigantes de la arena política: los Estados Unidos de América y la Unión Soviética. Son casi desconocidos algunos hechos auténticos relativos a estas actividades.

 

Nicolas Rocrich, el pintor ruso de fama mundial que abandonó Rusia por Finlandia poco antes de la Revolución, pasó largos años en Europa y América antes de retirarse al valle himaláyico de Kulu, donde murió en 1947. Sus lienzos se exponen en las galerías de arte de Estados Unidos, la Unión Soviética, Francia y otros países.

 

Como representante del Consejo de los Arhats, Roerich estableció contacto con las dos superpotencias ‑la URSS y los Estados Unidos‑, en 1926 y 1935. Cronológícamente, su misión en Rusia se ha de situar en primer lugar. La expedición de Roerich al Asia Central partió de Cachemira (India) en el mes de agosto de 1925. En setiembre atravesó la cadena contañosa, extremadamente difícil, de Karakoram, a 5.575 metros de altitud, donde sus miembros sufrieron falta de oxígeno y trastornos visuales. Más allá de esta fortificación natural se extendía el arenoso desierto de Takla Makan. La expedición permaneció cuatro meses en Jotan, hasta finales de enero de 1926, en que partió hacia Urumtchi, en Mongolia, para alcanzar, finalmente, el lago Zaisun, en la frontera chinosoviética, en mayo de 1926.

 

Por mediación del cónsul soviético en Mongolia, Roerich obtuvo el visado para un viaje a la URSS, pese a su condición de emigrado. El 29 de mayo de 1926, Nicolas Roerich, su esposa Héléna y su hijo Jorge atravesaron la frontera rusa y llegaron a Moscú el 13 de junio.

 

El comisario del pueblo para Asuntos Exteriores, G. V. Tchitcherine, y el comisario de Educación, A. V. Lunatcharski, expresaron el deseo de ver a Roerich, cuya celebridad artística no había sido olvidada en Rusia.

La República de los Soviets pasaba entonces por una fase crítica. Lenin había muerto hacía dos años, y la lucha por el poder entre Trotski y Sta¡in hacía estragos. Cada uno tendía a una política diametralmente opuesta. « ¡Extendamos al mundo el fuego de la revolución! », gritaba Trotski. «Construyamos el socialismo en un país: Rusia», insistía Stalin. Y este último ganó.

 

En aquel momento de tensión, Roerich llegaba a Moscú con una misión especial de los Mahatmas. El pintor ofreció su tela Maitreya el Conquistador ‑expuesta más adelante en el Museo de Arte Gorki‑ a los dos comisarios del pueblo, Tchitcherine y Lunatcharski. Ofreció asimismo un cofre que contenía tierra del suelo tibetano, con esta inscripción: «Para la tumba de nuestro hermano, el Mahatma Lenin.» La palabra Mahatma ‑como ya hemos dicho anteriormente‑ significa Alma Grande. Cuando los Arhats califican a una persona de «Alma Grande», quieren acentuar su importancia respecto a la Historia futura. Este significado se puede apreciar hoy más fácilmente que en 1926, ya que el socialismo ha hecho desde entonces enormes progresos.

 

Roerich aportaba además a la recién constituida República de los Soviets un mensaje de los Mahatmas del Himalaya, conservado hoy en los archivos del Estado de la URSS. La traducción de esta breve misiva tiene gran interés:

 

DESDE EL FONDO DEL HIMALAYA SABEMOS LO QUE ESTÁIS HACIENDO. HABÉIS ABOLIDO A LA IGLESIA, QUE SE HABÍA CONVERTIDO EN EL CRISOL DE LA MENTIRA Y DE LA SUPERSTICION. HABÉIS DESTRUIDO A LA BURGUESÍA, QUE SE HABÍA CONVERTIDO EN EL AGENTE DE LOS PREJUICIOS. HABÉIS ANIQUILADO LAS ESCUELAS, QUE ERAN CASI PRISIONES. HABÉIS CONDENADO LA HIPOCRESÍA DE LA FAMILIA. HABÉIS LIQUIDADO AL EJÉRCITO, QUE DOMINABA A LOS ESCLAVOS. HABÉIS APLASTADO LAS ARAÑAS DE LA CODICIA. HABÉIS CERRADO LAS CASAS DE TOLERANCIA. HABÉIS LIBERADO LA TIERRA DEL PODERÍO DEL DINERO. HABÉIS RECONOCIDO LA INSIGNIFICANCIA DE LA PROPIEDAD PRIVADA.HABÉIS COMPRENDIDO LA EVOLUCIÓN SOCIAL. HABÉIS SUBRAYADO LA IMPORTANCIA DEL SABER Y OS HABÉIS INCLINADO ANTE LA BELLEZA. HABÉIS APORTADO A LOS NIÑOS TODO EL PODER DEL COSMOS. HABÉIS ABIERTO LAS VENTANAS DE LOS PALACIOS (31).

 

Para concluir, el mensaje añadía:

 

HEMOS EVITADO UNA REVUELTA EN LA INDIA, POR CONSIDERARLA PREMATURA. PERO, AL MISMO TIEMPO, RECONOCEMOS LA OPORTUNIDAD DE VUESTRO MOVIMIENTO. NUESTROS MEJORES DESEOS PARA VOSOTROS, QUE BUSCÁIS EL BIEN COMÚN.

 

¿Habrá que sorprenderse de que los hombres más sabios del Planeta expresaran su simpatía por un sistema que, cerrando los burdeles, destruyendo a los especuladores, condenando el colonialismo, instituyendo la enseñanza obligatoria y aboliendo la propiedad privada, se mostraba como el criterium de un Estado social?

 

Los que los Sabios del Este acogían con satisfacción era la pura doctrina enseñada por Lenín. Pero la doctrina es una cosa y la práctica es otra. Hay todo un mundo de diferencia entre lo que el Cristianismo predicaba en las catacumbas de Roma y la forma en que Torquemada lo practicaba en España. Cuando una enseñanza doctrinal se convierte en parte integrante de una institución oficial, el poder hace uso de ella para reforzarse, y, así, pasamos de Torquemada a Stalin, dos doctrinas diferentes que emplean métodos idénticos. En una carta dirigida a Madame Roerich hacia los años cincuenta, el Mahatma Morya se levantaba contra las crueldades practicadas en los campos de concentración de Siberia, pero, al mismo tiempo, expresaba su deseo de ver la liberalización y la humanización del sistema socialista ruso.[1]

Será oportuno citar las palabras del conde Loris-Melíkov, mencionado en el capítulo anterior, las cuales demuestran que, por desgracia, el régimen ruso no ha cambiado desde el siglo pasado:

 

¡Pobre Madre Patria! Llegará la época esperada desde hace tanto tiempo en que Rusia, como los otros, podrá expresar sus opiniones y sus convicciones pública y libremente, pronunciar sus juicios sin correr el riesgo de ser inscrito en alguna lista de ardientes revolucionarios o destructores sistemáticos de los fundamentos del Estado.[2]

 

En general, Occidente parece ignorar el hecho de que en nuestros días no existe en la Tierra un solo Estado comunista, sino sólo Repúblicas socialistas. Con el socialismo, cada uno recibe según sus méritos, mientras que con el comunismo todos recibirán según sus necesidades. Sin embargo, trabajarán gratuitamente. Los monasterios cristianos y budistas pueden servir de prototipo de una sociedad comunista. El comunismo seguirá siendo una utopía mientras la naturaleza humana no haya cambiado radicalmente y el egoísmo se haya trocado en altruismo. Pero ninguna Policía secreta podrá jamás crear una sociedad comunista y remplazar el «yo» por el «nosotros», lo cual debe hacer el hombre por sí mismo y desde el fondo de su corazón.

 

El trabajador occidental, bajo el régimen capitalista, se ha beneficiado enormemente de la doctrina leninista. Tras la Revolución de Octubre, el miedo a la Tercera Internacional ha impulsado a más de un Gobierno conservador a conceder distintos beneficios sociales a la clase trabajadora, desde las indemnizaciones a los parados, hasta la asistencia médica gratuita, las pensiones a la vejez y la leche gratuita a los niños de las escuelas.

 

Jamás les será posible comprender, a quienes tienen estrecheces de miras, cómo los Hombres sabios que fueron al encuentro de Jesús en su nacimiento, pudieron dirigir un mensaje de felicitación a la República Soviética. Sin embargo, no conviene olvidar que los Grandes Sabios del Este son imparciales por completo y que, visiblemente o no, apoyan cualquier sistema que sea capaz de elevar el nivel moral e intelectual de la Humanidad. Saben muy bien que una casa nueva no se puede construir sobre cimientos deteriorados.

 

Una vez más hemos de insistir acerca del hecho de que sólo cuenta la buena aplicación de una teoría y no la doctrina en sí misma.

 

Puede existir una buena forma de democracia, lo mismo que una aceptable mezcla de socialismo. La Historia conoce benéficas monarquías. Los sistemas y las doctrinas son buenos para el pueblo, pero éste no debe ser sacrificado a los mismos. Esta digresión era necesaria para explicar el mensaje de los Mahatmas.

 

La familia Rocrich volvió a Mongolia en setiem­bre de 1926. La ruta seguida por la expedición atravesó el desierto de Gobi, partiendo de Ulan Bator, hacia la cadena montañosa de Nan Shan. Atravesando luego el Tibet en dirección a la Indía, alcanzarían este país sólo en mayo de 1928, a causa de la continua hostilidad de los soldados tibetanos. A 4.575 metros de altitud, los miembros de la expedición hubieron de establecer un cam­pamento de tiendas de campaña en el que hubieron de vivir durante cinco meses, a una tempera­ tura que llegaba en ocasiones a los 40° bajo cero. Durante esta parte del viaje perecieron cinco participantes tibetanos y mongoles y el equipo perdió noventa animales.

 

De importancia igualmente vital fue la misión a los Estados Unidos, de la que fue encargado Roerich por los Grandes Mahatmas y que vamos a exponer a continuación.

 

El Pacto de Paz y el Estandarte de la Paz ‑blanca bandera con tres puntos rojos en un círculo rojo‑ fueron concebidos por Nicolas Roerich antes de la Primera Guerra Mundial. Con toda justicia, el emblema fue denominado la Cruz Roja de la Cultura, ya que fue creado para la protección de los monumentos culturales en caso de guerra. En 1930, el Pacto de Paz fue aprobado por una autoridad mundial: la Sociedad de las Naciones. En 1933 se celebró en Washington (D. C.) la Tercera Convención Internacional de la Paz, en la que estuvieron representadas treinta y cinco naciones. Dos años más tarde, el Pacto de Paz de Roerich fue firmado en la Casa Blanca por veinticinco Repúblicas de la América Latina. En el curso de la ceremonia, el presidente Franklin Delano Roosevelt recalcó que «el tratado poseía una significación espiritual mucho más profunda que el instrumento en sí».

 

El secretario de Estado, Cordell Hull, y el secretario de Agricultura, Henry Wallace, tomaron una parte activa en el patrocinio de este proyecto humanitario. Por aquella época, Henry Wallace ‑que fue más tarde vicepresidente de los Estados Unidos‑ mostró un vivo interés por el patrimonio intelectual de Asia y las enseñanzas místicas de los Maestros de la Sabiduría. Parece ser que, en este terreno, Nicolas Roerich le dio cierta instrucción y que se tomaron disposiciones para poner a Wallace en relación directa con los Grandes Arhats.

 

Sin embargo, las sombrías fuerzas reaccionarias de América, que engendrarían posteriormente el maccarthismo, aprovecharon esta circunstancia como un arma para impedir que Wallace fuese elegido presidente. En 1947 fueron intervenidas y publicadas ciertas cartas en la Prensa estadounidense. Tales cartas sembraron la duda en el impresionable espíritu del elector norteamericano y destruyeron las oportunidades del candidato.

 

Si Henry Wallace hubiese sido elegido entonces presidente de los Estados Unidos, la actual política de reconciliación con China habría producido sus efectos un cuarto de siglo antes. Y ello habría salvado miles de vidas americanas en Corea y Vietnam.

 

Por desgracia, y en detrimento de ella, América escogió la guerra fría, y la diplomacia costeó la guerra de Foster Dulles. No dieron resultado alguno los intentos de las Fuerzas de la Luz por establecer en aquel momento la coexistencia pacífica. Resulta triste recordar los absurdos a los que llegó el maccarthismo.

 

En 1947, cierto número de cartas dirigidas a Roerich por Henry Wallace fueron hechas públicas por sus adversarios. En esta correspondencia, el político daba al destinatario los títulos de «Guru» o de «Maestro». Resultaría fútil tratar de encontrar aquí alguna prueba de peligrosa «tendencia comunista»:

 

La investigación ‑ya se trate de la perdida consigna de la Masonería, del Santo Cáliz o de las posibilidades de la edad por venir‑ es el objetivo de suprema importancia. Todo lo demás es deber del Karma. Pero, con toda seguridad, cada uno de nosotros es un posible Galahad. Así, hemos de luchar por el Cáliz y la llama que lo ilumina.

 

Éstas son las inspiradas palabras que escribió Henry Wallace en una de sus cartas. Me pregunto lo que el rosacruciano Benjamin Franklin y el francmasón George Washington habrían dicho de la persecución encarnizada de que fue objeto un vicepresidente iluminado que buscaba el Santo Grial como un Sir Galahad.

 

«¡Ojalá podamos permanecer abiertos a la brillante gloria de los Grandes Sabios!», escribía aún Wallace. Un hombre de Estado, lleno de respeto por los Magos del Este, estaba en condiciones de llevar a América por el camino ascendente, en lugar de los decenios de vergüenza a que la condujeron sus enemigos. Otro pensamiento de este discípulo de los Gurus muestra que poseía un profundo conocimiento de las enfermedades sociales de su país:

 

Cuando considero el terrible egoísmo del comercio organizado, del trabajo organizado, de la agricultura organizada, así como la ignorancia de los consumidores sin organización, no vacilo en decir que sería preferible para América descender al abismo de los fuegos purificadores.

 

¿Quedó América purificada por estos fuegos y sacó lecciones de ello?

Con sus ideales de paz mundial, la influencia de Roerich sobre Henry Wallace y Cordell Hull, secretario de Estado de Roosevelt, produjo más tarde benéficos resultados. Actualmente, Cordell Hull es considerado como el padre de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

 

Las actividades de Nicolas Roerich inspiradas por los Guardianes Planetarios pueden ser resumidas así: su Pacto de Paz, firmado por la Unión Panamericana, fue un hito en el camino de la Paz Mundial, y su influencia indirecta sobre la constitución de las Naciones Unidas supuso asimismo una importante contribución.

 

Este capítulo quedaría incompleto si no mencionáramos en él otro episodio, que sugiere la intervención de un emisario de los Magos, y no ya en el plano estrictamente nacional, sino a nivel internacional. Según el relato, ligeramente abreviado, de un programa transmitido por la American Broadcasting System en vísperas de la Navidad de 1950, basado en una información procedente de Lake Success, se produjo un extraño incidente en el curso de una sesión especial del Comité Político de las Naciones Unidas, poco tiempo antes de esta emisión radiofónica.[3]

En el secreto del Consejo de Seguridad, numerosas naciones estaban representadas por sus principales delegados. Los Estados Unidos estaban representados por Mr. Austin y Mr. Dulles. Gran Bretaña, por Jebb y Younger. Vichinski, por la Unión Soviética. Esta inopinada sesión tenía un carácter tan excepcional, que en el perímetro de la Sala Doce, donde se celebraba, las seis vastas hileras de asientos estaban vacías.

 

Al entrar los delegados no se autorizó la presencia de ningún fotógrafo. Algunos miembros del Secretariado estaban sentados tras el cristal de la cabina de transmisiones, que sólo es accesible por una escalera que parte del vestíbulo exterior. Las puertas se cerraron entre las 9 de la mañana y las 19.12 de la tarde. Nadie había podido penetrar en la Sala Doce antes del cierre de las puertas sin presentar sus cartas credenciales o ser debidamente identificado. Nadie había podido entrar después del cierre de las puertas sin ser visto por los guardias del vestíbulo exterior. Éstos afirmaron no haber visto a nadie. Sin embargo, apenas se había declarado abierta la sesión, primero en inglés y luego en francés, un hombre de alta estatura se levantó tras el presidente.

 

El silencio se estableció en torno a la mesa oval, y Sir Benegal Rau, que presidía la sesión, creyó al principio que todos los ojos estaban fijos en él, hasta que recibió un codazo de un secretario. Volviéndose entonces para seguir la dirección de las miradas, encontróse frente al ser extraño que se hallaba de pie detrás de él. Su primera intención fue la de llamar a un guardia. Era una sesión secreta del Comité, lo cual había quedado bien claro en la convocatoria de la misma.

 

Mr. Rau interpeló al desconocido:

‑¡Eh, señor! ¿Quiere usted justificar su pertenencia a una delegación?

El hombre era delgado, con el rostro enmarca do por una cuidada barba. Calzaba sandalias y vestía una indumentaria oriental que no era desconocida en Lake Success. Abrió la boca para hablar y cesó bruscamente el murmullo de la sala. Con una voz dulce y persuasiva que, sin embargo, parecía resonar con fuerza en la estancia pese a la ausencia de micrófonos, dijo:

‑Tengo mucho que decir y juzgar sobre ustedes. Voy a desvelar cosas que se han mantenido en secreto desde la creación del mundo, y ustedes conocerán la verdad.

 

El silencio era tan profundo, que se podía oír la asmática respiración de un asistente a través de la estancia sin ventanas.

 

‑¿Quién es usted? ‑le preguntó Mr. Rau.

‑Hay un mal que he visto bajo el sol y que es común a todos los hombres. Han empleado su lengua para engañar. El veneno de las serpientes está en sus labios y no han conocido el camino de la Paz.

 

»Los que hacen el mal, odian la luz. Limpian el exterior de la copa y del plato, pero en el fondo de sí mismos están llenos de deseos de extorsión y de excesos. Debe abatirse el hacha sobre la raíz de tales árboles.

 

Entonces Vichinski, glacial, interrumpió el discurso, pero la traducción de sus palabras tardó:

 

‑La delegación soviética ‑dijo‑ se niega a oír las delirantes palabras de ese incendiario. Esta intervención es, sin duda, un complot cuidadosamente urdido y pobremente ejecutado para presentar a los soviéticos como los agresores en una guerra en la que no tienen arte ni parte. ¿Puede sorprender que el comunismo se oponga en Corea a estos imperialistas?

 

Y, quitándose nerviosamente las gafas, apuntó con ellas hacia la delegación norteamericana.

 

El tono de aquel hombre extraño se hizo tajante:

 

‑Necias e ignorantes cuestiones ‑dijo‑ que engendran la lucha. Si un hombre lucha por ganar el poder, sólo será coronado si se bate legalmente.

 

‑Pero ‑intervino el presidente‑ no ha abordado usted la razón por la cual tiene lugar esta asamblea. ¿Qué tiene usted que decir respecto a Corea? ¿Es sobre este punto sobre el que estamos equivocados?

 

‑Si el hombre bueno, en su casa, hubiese sabido el momento en que iba a ir el ladrón ‑replicó el desconocido‑, habría vigilado y no habría tolerado que fuesen saqueados sus bienes. Pero mientras dormía, su enemigo vino a sembrar la cizaña entre el trigo y luego se marchó.

 

‑Creo ‑subrayó Mr. Jebb, delegado de Gran Bretaña‑ que lo que más tememos todos es cuál de nosotros será la próxima víctima.

Aquel hombre, siempre de pie, replicó:

‑Cuando un hombre fuerte, armado, guarda su casa, sus bienes están seguros.

Para pedir la palabra, Mr. Austin agitó la banderita que marcaba su lugar. Se le concedió la palabra.

 

‑En los Estados Unidos ‑recalcó‑ acogemos enemigos en nuestra propia casa. Son los agentes de otra nación que piden nuestra confianza y afirman que se comportan lealmente con nosotros.

El hombre, lleno de suavidad, levantó la mano como para acortar la observación.

 

‑Ningún hombre puede servir a dos amos ‑dijo‑, pues si ama al uno, odia al otro, y si estima al primero, despreciará al segundo. Todo reino dividido contra sí mismo está condenado a la destrucción.

Mr. Austin dijo:

‑Tienen sólo el proyecto de transformar nuestro Gobierno por medios pacíficos... para mejorar nuestro sistema económico...

El visitante lo interrumpió con cierta impaciencia:

‑Los que están sanos no necesitan al médico, dejad éste para los que están enfermos.[4]

Y, volviéndose hacia Mr. Austin y Mr. Dulles, gritó:

‑¡No hay ni un solo hombre justo entre ustedes! «Conozco tus palabras, no tienes ni frío ni calor. Porque dices: soy rico, mis bienes aumentan, no necesito nada, y no sabes que eres un miserable.»

 

Mr. Rau abandonó su asiento y dijo:

‑Hemos venido aquí para examinar los errores que motivan nuestra inquietud y usted ha distribuido su parte a cada uno de nosotros. ¿Qué hemos de hacer? ¿Abandonar nuestros esfuerzos en busca de la paz?

‑Hagan las cosas decentemente y en orden ‑dijo el visitante‑. Aléjense del mal y actúen bien. Busquen la paz, persíganla. Y aumenten su fe. La fe ha conquistado reinos, formado la justicia, obtenido promesas y cerrado la boca de los leones.

 

‑Hace usted aparecer las cosas como infinitamente simples ‑observó Mr. Rau con una pizca de melancolía.

‑Muchos hombres justos han deseado oír lo que ustedes oyen y no lo han oído ‑replicó el extranjero.

 

Mr. Rau sonrió.

‑No tenemos costumbre de oír la voz de la sabiduría procedente del exterior de nuestros comités.

‑No se olviden ustedes de acoger a los extra ños, porque, al hacerlo así, tal vez reciban a ángeles sin saberlo ‑dijo el hombre.

Sir Benegal Rau se dirigió entonces a la asamblea:

‑La reunión no tiene ya objeto ‑concluyó‑, él ha respondido a todas nuestras preguntas. En cuanto a usted, señor, le damos las gracias... Si pudiera usted escribir las cosas que nos ha dicho, sí aceptara usted exponer tal sabiduría en un libro que todos pudieran leer...

 

Los ojos del visitante brillaron entonces con una cólera repentina:

-¡El libro existe! ‑gritó‑. ¡Es la santa Biblia de ustedes!

Se apagó su cólera, y su mirada volvió a encontrar la serenidad, aunque una serenidad velada de tristeza, y marchó hacia la puerta, que se abrió ante él... Nadie, en el exterior, advirtió su partida.

 

Está bien claro, según estos episodios históricos, que los emisarios de los Sabios de Oriente luchan sin cesar por la Paz, la Luz y la Cultura. Los inmensos problemas con los que chocan los Adeptos son difíciles de imaginar. Para facilitar la comprensión de su tarea y la verdadera situación del mundo actual se proponen los Diálogos del Templo. Representan experiencias personales con la intención de ilustrar el tema principal de este libro: la existencia, en nuestro planeta, de un oasis de alta cultura, de origen cósmico, que trata siempre de llevar a la Humanidad hacia un plano superior de pensamiento.


 


[1] Según la ciencia de los ciclos tibetanos, se esperan profundos cambios en el mundo socialista en y después del año de la Serpiente de fuego (1977).

[2] Conde LORIS‑MELíKOV, Konstitutsia, Londres, 1893.

[3] Por PAUL HARVEY

[4] Hay que subrayar el hecho de que, en una carta escrita en febrero de 1882 (n.° XLV), el Mahatma Kut Humi empleó esta frase poco común en términos idénticos. Esta similitud, ¿desvelaría la identidad del desconocido que intervino en la sesión secreta de la ONU?

 

 

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